La seis de la mañana era la hora en que se fusilaba a los presos en España. De lunes a sábado, un oficial gritaba los nombres de los condenados de madrugada, se los llevaban entre sollozos y silencios a una capilla de soledades y al cabo de una hora los metían ezn un camión para fusilarlos a las seis de la mañana. Los domingos se respetaba el día del Señor: no había fusilamientos. Los presos llamaban “sacas” a este ritual macabro y sistemático.